jueves, 17 de octubre de 2024




 EL PINTOR MIGUEL DEL MORAL Y “MANOLETE”

Miguel del Moral Gómez, en su estudio de la calle de la Hoguera.


Las coincidencias de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez “Manolete” con Miguel Del Moral Gómez.-

          Miguel Del Moral Gómez, el “pintor de Córdoba” de los dos últimos tercios del siglo XX, a juicio de muchos expertos en la materia, es el autor del mejor retrato al óleo de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”. Pero, además, entre ambos personajes –retratista y retratado–, hubo varias coincidencias vitales y un cierto grado de vinculación familiar, aunque no llegaron a tener parentesco.

           Este artista cordobés, vino al mundo en una casa que se encontraba a escasos metros del inicio de la calle Conde de Torres Cabrera, concretamente, en la plaza de San Miguel que se abre en el lateral norte de la iglesia del mismo nombre, bastante cerca de la vivienda natal de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez.

         Miguel llegó a este mundo 112 días antes que Manuel Laureano, pues fue alumbrado el 14 de marzo de 1917, mientras que, el universalmente famoso torero, vio la luz el 4 de julio de ese mismo año.

            Ambos fueron bautizados en la misma pila bautismal, o sea la de la parroquia de San Miguel y, posiblemente, con menos de cuatro meses de diferencia.

           Miguel Del Moral Gómez estudió en los Salesianos de la calle de María Auxiliadora, entre los años 1924 a 1929. Por tanto, en el mismo colegio y en los mismos años que Manuel Laureano Rodríguez Sánchez y, probablemente, fueron compañeros de clase y de juegos en el recreo.

         Ambos hicieron la Primera Comunión en la Iglesia del citado colegio, a lo mejor en la misma fecha o, a lo sumo, con una o dos semanas de diferencia.

          Cuando estalló la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, Miguel Del Moral, que tenía18 años, se vio obligado a interrumpir su carrera profesional, exactamente igual que Manuel Laureano Rodríguez, que acababa de cumplir la misma edad. Ambos se alistaron voluntarios al ejército del bando nacional, y ambos fueron destinados al frente norte de la provincia de Córdoba.

Entre Miguel Del Moral y “Manolete” existió una doble relación de familiaridad.

        Miguel era el segundo hijo –primer varón–, del matrimonio formado por Francisco Del Moral y Ana Gómez Romero.

         Su padre era un modesto, aunque competente, profesional de la hostelería, hermano menor de Francisca Del Moral, la esposa de Federico Vargas Martínez-Mahedero, el dueño de la famosa “Venta de Vargas”, que había sido inaugurada un año antes de que nacieran Miguel y Manuel Laureano, o sea en 1916. La placita de toros de dicha “Venta de Vargas”, que fue puesta en marcha el 29 de noviembre de 1929, le sirvió a Manuel Laureano para realizar sus primeros avances en tauromaquia.

          La madre de Miguel era la más pequeña de los hijos de Miguel Gómez Pavón (1), el fundador de la “Casa Miguel Gómez”, un restaurante que tuvo su mayor apogeo cuando, fallecido su creador el 15 de octubre de 1916, pasó a denominarse “Restaurante Hijos de Miguel Gómez”. Allí hubo varias tertulias taurinas, entre otras la que frecuentaba “Camará”, el apoderado “Manolete”.

          El matrimonio de Miguel Gómez Pavón y Concepción Romero Márquez, tuvo cuatro hijos, la mayor se llamó como la madre, Concepción, luego vinieron dos varones, primero Francisco e Ignacio después, que fueron los propietarios del indicado famoso restaurante a la muerte de su padre, y la hija menor que se llamó Ana, fue la madre de Miguel Del Moral.


Foto de finales del siglo XIX de la familia Gómez Romero al completo: 1.- Miguel Gómez Pavón; 2.- Concepción Romero Márquez (ambos fueron los abuelos maternos de Miguel Del Moral Gómez); 3.- Concepción Gómez Romero (la hija mayor, que se casó con Francisco Rodríguez Sánchez, tío de “Manolete”); 4.- Francisco Gómez Romero; 5.- Ignacio Gómez Romero (ambos fueron los dueños del restaurante “Hijos de Miguel Gómez”); 6.- Ana Gómez Romero (la hija menor, que se casó con Francisco Del Moral y fue madre del pintor Miguel Del Moral Gómez)

         La mayor de los hermanos Gómez Romero, o sea Concepción, se casó con Francisco Rodríguez Sánchez, que era hijo de Manuel Rodríguez Luque –subalterno y primer torero que utilizó el apodo de “Manolete” –, y de Ángela Sánchez Gómez, prima hermana de Rafael Molina Sánchez “Lagartijo”. Tanto el primer Califa cordobés de la torería como su prima hermana, pertenecían a la familia de los “Poleo”, estirpe de toreros entre los que también hubo alguno que usó el remoquete de “Bebe”.



A la izquierda: Concepción Gómez Romero, tía carnal de Miguel Del Moral y tía política de Manuel Rodríguez “Manolete”, posiblemente foto del día de su boda. A la derecha: años más tarde, la misma Concepción Gómez Romero y su marido Francisco Rodríguez Sánchez, tío carnal de Manuel Rodríguez “Manolete”.

          O sea que, Francisco Rodríguez Sánchez, el marido de Concepción Gómez Romero, era hermano de los toreros José Rodríguez Sánchez “Bebe chico” y Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” (padre). Este matrimonio tuvo siete hijos que se llamaron María, Josefa, Dolores, Concepción, Miguel, Ana y Manuel Rodríguez Gómez, que eran primos hermanos, por parte de padre, de los hijos de los dos toreros antes nombrados, o sea de los dos que tuvo José Rodríguez Sánchez “Bebe chico” con Fuensanta Castillejo Rodríguez, que se llamaron Ángela y Manuel Rodríguez Castillejo, alias “Palitos”, y de los cuatro que tuvo Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” (padre) con Angustias Sánchez Martínez, que se llamaron Ángela, Teresa, Manuel Laureano y Soledad Rodríguez Sánchez.



Fotos de principios de los años 20: A la izquierda los tres hermanos Del Moral Gómez: Francisco, el más pequeño, Miguel y Ana, la mayor. En la foto de la derecha, numerados: 1.- Miguel Del Moral; 2.- su madre Ana Gómez Romero; 3.- su hermana mayor Ana; 4.- su hermano pequeño Francisco; 5.- su primo-hermano Miguel Gómez Nieto, del que haría en 1940 el primer retrato de gran formato; 6.- su tío Francisco Gómez Romero, uno de los dueños del Restaurante Hijos de Miguel Gómez.


         Claro está que, por parte de madre, los siete hijos de Francisco Rodríguez Sánchez y de Concepción Gómez Romero, también eran primos hermanos de los demás nietos de Miguel Gómez Pavón, entre otros, de los tres hijos de Francisco Del Moral y de Ana Gómez Romero, que eran Ana, Miguel y Francisco Del Moral Gómez, por lo que Miguel Del Moral Gómez y Manuel Laureano Rodríguez Sánchez “Manolete”, tenían seis primos hermanos comunes, aunque entre ellos no existía parentesco alguno.

             Por otro lado, Francisca Del Moral, hermana del padre Miguel Del Moral Gómez y, por tanto, tía carnal paterna de éste, estaba casada, como ya se ha dicho, con Federico Vargas Martínez-Mohedero, y con él tuvo dos hijos: un varón llamado Antonio y una hembra de nombre Dolores, ambos apellidados Vargas Del Moral, ambos primos hermanos de Miguel Del Moral Gómez.



Francisca Del Moral (a la izquierda), esposa de Federico Vargas Martínez-Mahedero, y madre de Antonio Vargas Del Moral –primo-hermano de Miguel Del Moral Gómez–, que se casó con la hermana de “Manolete”, Angustias Molina Sánchez, (arriba al centro), cuyas hijas, Dolores (arriba a la derecha), Encarna (abajo al centro) y Rafaela (abajo a la derecha), eran sobrinas carnales de “Manolete” y sobrinas segundas de Miguel Del Moral.


          Antonio Vargas Del Moral, fue el primer marido de Angustias Molina Sánchez, hermana de madre de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez “Manolete”, segunda hija del primer matrimonio de Doña Angustias Sánchez Martínez con el malogrado Rafael Molina Martínez “Lagartijo chico”. El matrimonio formado por Antonio Vargas Del Moral y Angustias Molina Sánchez, tuvo tres hijas que se llamaron Dolores, Encarna y Rafaela Vargas Molina, sobrinas carnales de “Manolete”, por parte de madre, y sobrinas segundas de Miguel Del Moral por parte de padre, lo que tampoco suponía parentesco alguno entre el torero y el pintor.

           Y, por idéntica razón, como Dolores Vargas Del Moral, la popular Lola Vargas, se casó con Antonio de la Haba

Torreras, matador de toros de la estirpe de los varilargueros apodados “Zurito”, Miguel Del Moral también era tío segundo de los hijos de Antonio de la Haba “Zurito” y de Lola Vargas, tres de los cuales han sido toreros: Antonio y Manuel, novilleros primero y subalternos después; y Gabriel de la Haba Vargas “Zurito”, matador de toros.

Qué importancia y significado ha tenido Miguel Del Moral en la pintura del siglo XX

         Miguel Del Moral Gómez, fue calificado por los expertos en arte, como el “Zurbarán cordobés” y uno de los pintores andaluces más importantes de los dos últimos tercios del siglo XX.

           Cierto es que tenía potencial para haber llegado a ser uno de los grandes pintores españoles contemporáneos, pero existieron dos hándicap que, de alguna manera, coartaron tal posibilidad: de una parte, su marcada tendencia a trabajar sobre encargo y para particulares, por lo que, el grueso de su obra fue a parar, y sigue estando, en manos privadas (2); por otro lado, su afincamiento en Córdoba fue tan firme que sólo hizo exposiciones en su ciudad natal y eso dificultó que sus obras fueran conocidas en otros ámbitos, en pinacotecas públicas o a nivel museístico y, al mismo tiempo, toda su obra quedó impregnada, dicho sea sin ánimo peyorativo, de cierto provincianismo, tal como su amigo Antonio Gala Velasco puso de manifiesto en su libro “Ahora hablaré de mí” (3).

          Miguel Del Moral estudió en el colegio de María Auxiliadora de los Salesianos, hasta los doce años, pasando en 1929 a recibir formación técnica básica de dibujo y pintura en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Córdoba que se ubicaba, desde 1910, en la casa solariega de la Marqueses de Benamejí, en la calle Agustín Moreno, cerca de la Iglesia de Santiago. Hoy día, dicho edificio alberga la denominada Escuela de Arte “Dionisio Ortiz”.

         Tenía 19 años cuando, el 18 de julio de 1936, dio comienzo la Guerra Civil y, como la mayoría de los jóvenes cordobeses de su edad, se alistó voluntario en el bando nacional, siendo destinado al frente norte de la provincia de Córdoba, donde permaneció hasta abril de 1939, momento en que finalizó la contienda y él se encontraba en la zona extremeña de Castuera, limítrofe con el norte de la provincia de Córdoba.

           A partir de esa fecha reanudó su formación en la Escuela de Artes y Oficios, donde permaneció hasta 1942. Pero, al mismo tiempo, inició su carrera profesional como pintor y dibujante.

          Fueron unos comienzos difíciles, ya que el ambiente de España en la postguerra no era el más propicio para que, un artista totalmente desconocido, pudiera abrirse camino fácilmente, sobre todo en una ciudad que, como Córdoba, a nivel artístico y cultural, se había quedado anquilosada desde hacía años y parecía difícil sacarla de su mediocre provincianismo.

Sus comienzos como Retratista y en el Grupo Cántico

          Muy pronto se quedó huérfano de padre, y con el apoyo de su familia materna, Miguel Del Moral empezó a tener cierto nombre. En 1940 realizó el que sería su primer retrato de gran formato, dedicado a su primo Miguel Gómez Nieto, que había fallecido en la contienda civil (4).



A la izquierda: Retrato al óleo de su primo Miguel Gómez Nieto (1940) que, actualmente, forma parte de la pinacoteca patrimonial del Real Círculo de la Amistad de Córdoba. A la derecha: La ilustración conocida como “Ángel del Sur” que fue portada del primer número de la revista “Cántico”, en octubre de 1947.


             Gracias a su buena formación humanística, no tardó en tomar contacto con los incipientes círculos culturales e intelectuales que se iban desarrollando en la ciudad. Para ello fue fundamental la relación, camaradería y amistad que cultivó con Julio Aumente Martínez-Rücker, Juan Bernier Luque, Ginés Liébana Velasco, Mario López López, Ricardo Molina Tenor y, muy especialmente, Pablo García Baena con el que mantuvo, hasta la muerte, una entrañable amistad.


Fotos de miembros fundacionales del Grupo Cántico: en todas ellas aparecen Pablo García Baena y Miguel Del Moral Gómez. También están: arriba a la izquierda, Ricardo Molina Tenor y Juan Bernier; abajo a la izquierda, Julio Aumente; y abajo a la derecha, Juan Bernier


          Junto a todos ellos participó Miguel Del Moral en la formación del Grupo “Cántico”, aunque no en la creación poética, sino erigiéndose en “su” pintor y dibujante, inicialmente con más presencia y continuidad que el recientemente fallecido Ginés Liébana.

         Su colaboración se plasmó en las portadas de los números de la revista y en las ilustraciones de los escritos de los restantes miembros del Grupo. Especialmente importante y significativo fue el hecho de que la portada del primer número de la revista “Cántico”, que se publicó en octubre de 1947 llevó, como emblema del Grupo, un dibujo a tinta negra de Miguel Del Moral que quedó bautizado para la posteridad como el “Ángel del Sur”.

           También fueron suyas las ilustraciones de las portadas de los dos siguientes números extraordinarios de la revista, el de mayo de 1948 que incluía el poemario “Mientras cantan los pájaros”, de Pablo García Baena, y el de otoño del mismo año, dedicado a los poemas de “Aquí en la tierra” de Juan Bernier.


Portadas del segundo y tercer número de la revista “Cántico”, ambas con ilustraciones salidas de la mano y genialidad de Miguel Del Moral.


           Al mismo tiempo que colaboraba con el Grupo Cántico, siguió cumpliendo encargos privados, fundamentalmente de retratos, que alcanzaron el cenit en los conocidos de “Manolete”, realizado en 1948, y su madre Doña Angustias, en 1949, que lo situaron como el mejor retratista de aquel momento.


Retratos al óleo de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” (1948); y de la madre del torero, Doña Angustias Sánchez Martínez (1949). Ambos estaban en el palacete de la avenida de Cervantes y, se supone, seguirán en poder de los descendientes de Doña Angustias, familiares del torero.


           A finales de la década de los 40, Miguel Del Moral marchó a Madrid con la intención de completar su formación académica en el Círculo de Bellas Artes y estudiar a los grandes maestros de los museos nacionales, principalmente en el Prado, donde se impregnó de la pintura del “quatroccento” italiano y de las obras magistrales de Velázquez, Goya y Zurbarán, principalmente.

           Para no tener que depender de su familia, y disponer de cierta autonomía durante su estancia en Madrid, trabajó como dibujante en revistas de carácter cultural, artístico e intelectual, tales como: “La  literaria”; “El Español”; “Caracola”; “Fantasía” y “Platero”, donde tuvo la oportunidad de conocer a otros colegas que también colaboraban en dichas publicaciones, tales como Carlos Sáenz de Tejada y Ledesma; Lorenzo Goñi Suárez y Manuel Mampaso Bueno; y también con Ginés Liébana Velasco, con el que ya mantenía un fluido contacto en el seno del Grupo Cántico.

           También tuvo en Madrid la oportunidad de conocer a Daniel Vázquez Díaz, visitar su estudio y escuchar sus consejos que reforzaron sus conceptos de simplificación y sencillez que, sin separarse de la esfera pictórica de Zurbarán, lo fueron apartando del barroquismo andaluz.

Comienza su madurez creativa.-

           A su vuelta a Córdoba en el año 1949, celebró su primera exposición en la que, para muchos expertos en arte, Miguel Del Moral se mostró como el primer pintor local y uno de los de mayor proyección futura a nivel nacional.

        En 1950 pone al descubierto una nueva faceta de su capacidad artística: la de diseñador y restaurador de imaginería pasional, pues movido por su formación cristiana y su acercamiento y conocimiento a la Semana Santa cordobesa, acomete la transformación del Cristo del Remedio de Ánimas, imagen a la que da pátinas de tonalidades oscuras en su encarnadura, añade una peluca de pelo natural cubriendo la cabellera tallada. Le diseña: un nuevo paño de pureza de brocado con el que, también, cubre el de talla original; unos clavos de plata en forma de azucenas; y un velo de tinieblas para que cuelgue de la cruz. Para culminar la obra diseña unas andas inspiradas en el túmulo funerario del Cardenal Salazar que se encuentra en la capilla de Santa Teresa o del tesoro de la Sta. Iglesia Catedral, creando, con todo ello, una estética diferente a todo lo conocido hasta entonces en la Semana Santa cordobesa.

        En 1951 consiguió dos galardones de extraordinaria importancia, consistentes en dos Primeros Premios: uno, el del Círculo de Bellas Artes de Madrid; y otro, el de la Exposición Hispanoamericana de Arte Taurino, con su obra “Torero Gitano”.


A la izquierda: “Torero gitano”, óleo con el que Miguel Del Moral ganó el Primer Premio de la Exposición Hispanoamericana de Arte Taurino de 1951. A la derecha: “Los Teólogos”, con clara influencia de Zurbarán, que le valió para ganar el Primer Premio de la Diputación Provincial de Córdoba del año 1954. Este cuadro se conserva en el Palacio de la Merced, sede de la citada corporación.


             En 1952 viajó a París, donde residió una temporada con la intención de estudiar a fondo a los grandes maestros del impresionismo, ahondando en su concepción técnica y en su sensibilidad artística, que tuvieron gran influencia en sus posteriores trabajos.

           Regresó a Córdoba, al estudio que entonces tenía en la calle Duque de Hornachuelos, donde continuó trabajando en los encargos de particulares, empresas e instituciones, y preparando la exposición que presentó en 1953, en la que mostró ante sus paisanos la variedad temática con la que trataba la figura humana, eje central de sus trabajos, su permanente búsqueda de la belleza, de la perfección técnica y del trasfondo poético que pretendía transmitir en cada una de sus obras.

         En 1954 consigue el Primer Premio de la Diputación Provincial de Córdoba con el óleo titulado “Los Teólogos”, cuadro que se conserva en el propio edificio de la institución provincial del Palacio de la Merced.

          En su afán de seguir aprendiendo de los grandes maestros, de perfeccionar su técnica y de incrementar su capacidad para captar y plasmar “alma” a sus composiciones pictóricas, Miguel Del Moral realizó otro viaje, en 1955, recorriendo: Austria; Hungría; Países Bajos; Yugoslavia e Italia. En este último país le causa un gran impacto tanto la estética arquitectónica veneciana como los mosaicos de Rávena y, especialmente, la obra pictórica de Tommaso Giovanni “Massaccio”, que tendrá gran influencia en sus posteriores obras, sobre todo en los cuadros murales que realizó, para el desaparecido Hotel Gran Capitán –cuyo edificio fue derribado a finales de 2006, desconociendo el paradero de dicho mural–, como el que realizó para la antigua oficina principal de Cajasur, en Ronda de los Tejares nº 18. En ambas obras conjugó la exposición de la grandiosidad renacentista con la belleza poética de la composición.

             A finales de 1956 realizó el dibujo que alcanzó la mayor difusión todos lo realizados por Miguel Del Moral: el que sirvió de enseña y emblema para la Sociedad de Conciertos de Córdoba y que, durante 16 años, figuró en todas las carátulas de los más de 250 programas de actos musicales celebrados en el Salón Liceo del Real Círculo de la Amistad, donde participaron los concertistas más relevantes del mundo entre 1954 y 1971.

          Y como no podía ser menos, también las Juventudes Musicales de Córdoba le pidieron el diseño de su emblema, que se estrenó en junio de 1958, aunque su difusión fue mucho menor.


Dibujos realizados en 1956 y 1958, respectivamente para la Sociedad de Conciertos y las Juventudes Musicales.


Su plenitud y consolidación.-

            Su carrera se jalona con actuaciones relevantes en otros aspectos artísticos, como la ejecución de las cristaleras del convento de las Salesas que, por encargo del arquitecto Rafael del Hoz Arderius, llevó a cabo en el año 1959, o incursiones puntuales en diseños de cerámica, como la muestra del Ecce Homo que colocó, a modo de hornacina, sobre una de las ventanas de su nuevo estudio que abrió el año 1962 en la calle de la Hoguera, cuando compró la casa que forma esquina con la plazuela que, hoy día, lleva su nombre (5). Ese sería su estudio definitivo, y en el se mantuvo activo durante los últimos 36 años de su vida.


Rótulo que figura sobre la pared del que fue su estudio en la calle de la Hoguera cuyo tamaño y estructura podría herir la sensibilidad de quien da nombre a la plazuela. A la derecha, una muestra de las vidrieras que creo en 1959 para la iglesia de Las Salesas de la Avda. de San José de Calasanz, por encargo del arquitecto de dicho convento, Rafael de la Hoz Arderius.

            En 1975 hace otra exposición en la Galería Studio de Córdoba que, en realidad, fue una recopilación de su trayectoria artística, más que un reclamo comercial, pues en ella se expusieron cuadros cedidos por propietarios particulares, pertenecientes a diferentes momentos y temáticas como, por ejemplo, el bodegón titulado “La cena del Bautista”, uno de los pocos óleos de Miguel Del Moral donde la figura humana está ausente.

             En 1981 vuelve a conseguir el Primer Premio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, concretamente el de su VIII Salón, con el óleo titulado “Pedagogía”, cuadro de gran sencillez, pero con enorme contenido simbólico y poético.

             Por último, llegarían dos reconocimientos a nivel local: uno por parte del Ateneo de Córdoba, que le rindió un homenaje con entrega de la “Fiambrera de Plata”, el día 7 de diciembre de 1988; y otro el del periódico “Córdoba”, que lo nombró como uno de los “Cordobeses del año” de 1995, galardón que recogió en un acto celebrado en el Salón Liceo del Real Círculo de la Amistad.


Durante el acto de entrega del galardón del diario “Córdoba” a Los Cordobeses del Año 1995, en el Salón Liceo del Real Círculo de la Amistad. A la izquierda con Pablo García Baena; en el centro junto a los demás galardonados y a la derecha durante la cena posterior.

          Cumpliendo los designios de todo gran artista que está a las puertas de su fin y del olvido, en el otoño de 1997, Cajasur reunió 130 obras en la que fue su última y magna exposición en Córdoba, pues poco después, el 28 de abril de 1998, falleció a los 81 años de edad. A partir de ese momento, comienza Miguel Del Moral el peregrinaje hacia el olvido, a pesar de ser, probablemente, el pintor más importante de Córdoba durante los dos últimos tercios del siglo XX.

            En el año 2017 se conmemoró el centenario del nacimiento de dos de los fundadores del Grupo Cántico: el del poeta Ricardo Molina Tenor y el del pintor Miguel Del Moral. Con tal motivo la Real Academia de Ciencias Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, que tanto tiempo tardó en considerar a Miguel Del Moral merecedor de pertenecer en vida a dicho cuerpo académico, editó un libro como homenaje al Grupo Cántico, en cuya portada recoge el perfil de una de las maravillosas esfinges que Miguel Del Moral solía plasmar en sus lienzos.


A la derecha: óleo titulado “Pedagogía” con el que Miguel Del Moral consiguió en 1981 el Primer Premio del VIII Salón del Círculo de Bellas Artes de Madrid. A la izquierda: portada del libro editado en 2017 por la Real Academia de Córdoba como homenaje a Cántico al cumplirse el centenario del nacimiento de dos de sus fundadores: Ricardo Molina Tenor y Miguel Del Moral Gómez.

           También en 2017, el Ayuntamiento de Córdoba que, desde que falleció, había mantenido un absoluto mutismo, de casi 20 años, sobre la figura señera de Miguel Del Moral, organizó una exposición con varias obras del pintor en la galería Studio, que quedaba muy lejos de lo que hubiera sido una muestra antológica del pintor. Con idéntica intención de reavivar su memoria, promocionó una obra teatral titulada “Miguel Del Moral: El Ángel de la Hoguera”, que se representó en la Posada del Potro dentro del Festival Europeo de Creación Joven “Eutopía” 2017, en el que actuaban el actor Antonio Pedraza, que encarnaba el papel del pintor, la cantaora Isa Jurado, el bailaor Marcos Morales y el coro Ziryab. Era evidente que ni el sitio ni el momento era los adecuados para el fin que se perseguía.


Dos momentos de la representación de la obra “Miguel Del Moral: Ángel de la Hoguera” en la Posada del Potro, como homenaje al pintor en el centenario de su nacimiento.

Algunas opiniones sobre Miguel Del Moral.

           En el libro 550 Cordobeses Ilustres (6) lo definen como “…uno de los primeros pintores y dibujantes andaluces, caracterizándole la fuerza de la escuela cordobesa del siglo

         XVII en el trazo, la elegancia pictórica y, sobre todo, el oficio y la maestría…”

        El que fuera gran dibujante y mejor crítico de arte, Francisco Zuheras, dijo de él: “La pintura de Miguel del Moral es como una gran meditación, como un encadenamiento de palabras poéticas que llegan al espectador cargadas de profundo sentido y que su afortunado autor tiene a su servicio –al servicio de su visión poética– un extraordinario dominio de la expresión”

          Los poetas del Grupo Cántico, especialmente Juan Bernier, Vicente Núñez y Pablo García Baena, han plasmado muchos juicios en sus escritos, entre los que destacamos: “Miguel sin ismos, como todos los de Cántico… Su copioso lirismo, esa particular obsesión por expresar una concreta forma de belleza, trasluce, a veces, tácitos mensajes, henchidos sutilmente de sensualidad… Es un mito invulnerable de la Córdoba eterna… Si los poetas de Cántico buscaron denodadamente –y desnudamente– hacer poesía alejada de ismos y encasillamientos en el horizonte oscuro de la época, lo mismo se puede decir de la pintura de Miguel Del Moral, tan fuera del óleo relamido como de las pretendidas vanguardias…”

            En 2017, al cumplirse el centenario de su nacimiento, su inseparable amigo Pablo García Baena dijo de él: “Fue un pintor que llenó su época. Es el pintor de Córdoba de una época, total”. Lamentándose, al mismo tiempo, de que veinte años después de su muerte, ni los que aun recordaban a Miguel Del Moral hayan podido ver su obra reunida en una exposición en la que se reflejara la materia densa de su pintura y el manejo de su pincel.

Miguel Del Moral, pintor de toreros.

           A raíz de la trágica muerte de “Manolete”, Miguel Del Moral no sólo realiza el que, como ya se ha dicho, posiblemente sea el mejor retrato al óleo del torero, sino que en el número extraordinario y monográfico que el diario “Córdoba” publica a toda plana un extraordinario dibujo alegórico del gran Califa cordobés de la torería.

Alegoría a la muerte de “Manolete”, publicada en el mes de agosto de 1948 en el número extraordinario que el diario “Córdoba” dedicó al gran Califa cordobés de la torería, en el primer aniversario de su trágica muerte en Linares.

         En él se observa, sobre el eje central del rostro de “Manolete” transformado en mascarilla mortuoria, sobrevolando un ángel mientras ante el torero se muestra la calavera de un toro de encornaduras tremendamente desproporcionadas, al lado de un poste con gallardete y, a modo de orla de todo el dibujo, un tremendo cuerno con una cinta entorchada donde se ven los nombre de las grandes figuras de la torería muertas por asta de toro…, mientras que, en la esquina inferior derecha, se ve una bola con la divisa de Miura.

          Son celebres, también, los toreros pintados sobre cerámica que adornan, desde su inauguración allá por 1965, el Mesón de la Luna en la plaza del mismo nombre, en el entronque con la calle de Cairuán. Y similares son las cabezas de toreros antiguos pintadas directamente sobre platos cerámicos.

Platos de cerámica con cabezas de toreros, con antiguas hechuras en las monteras y “moderna” expresividad en los rostros.

            También son memorables sus dibujos sobre tauromaquia, impregnados de magia alegórica y poesía, con tintes dramáticos, que vienen a confirmar la vinculación de este gran pintor con la Fiesta Nacional, y no sólo por su parentesco con familias tan toreras como las de “Manolete” y los “Zurito”, sino por el convencimiento, como gran profesional de la pintura, de que el mundo taurino es una expresión viva de cultura y una fuente inagotable de inspiración para todas las artes.


Dibujo de complicada composición, en el que se entremezclan rostros de toreros, con monteras de diferentes épocas, con un picador con castoreño y cara peculiar, con banderillas y puya, y destacando un asta de toro que hace como remate de toda la composición.

             En definitiva, los oleos y dibujos taurinos de Miguel Del Moral, son obras de arte con las que quiso demostrar su amor y aprecio por el toreo, entendiéndolo y exaltándolo como una manifestación cultural y artística. Y al plasmar con sus pinceles los diferentes aspectos de la Fiesta Nacional, la eleva a cotas de extraordinaria belleza. Es, en definitiva, una faceta más del arte sin límites de ese gran cordobés que fue Miguel Del Moral Gómez, con el que nuestra ciudad sigue teniendo pendiente una deuda de admiración y reconocimiento.

N O T A S

Nota nº 1.- Miguel Gómez Pavón, el abuelo materno de Miguel Del Moral Gómez, nació el 27 de febrero de 1865 y, aunque su profesión inicial fue la de cochero, a principios del siglo XX abrió un restaurante en la esquina de Marqués del Boíl con Morería –que entonces se llamaba calle Morillos–, que se conoció como “Casa Miguel Gómez” y llegó a tener su mayor esplendor desde la postguerra civil hasta 1954, en que cerró sus puertas. Miguel Gómez se casó con Concepción Romero Márquez la que, según una “leyenda”, estaba emparentada con los Romero de Villanueva de Córdoba, de donde era oriundo el padre de Francisco Romero y Acevedo, el primer torero que mató toros a pie con espada y ayudado de muleta.

Nota nº 2.- Hubo un momento de tal apogeo y prestigio de Miguel Del Moral como pintor, que se decía que si una familia cordobesa quería adquirir un alto nivel socio-cultural, debería tener colgado en las paredes de su casa un Del Moral, como signo de buen gusto y capacidad económica.

Nota nº 3.- En referencia a Miguel Del Moral, dice Antonio Gala en el capítulo “Las artes y yo” de su libro “Ahora hablaré de mi”: “Yo intuí que, si permanecía en Córdoba, se amaneraría, como al final se amaneró Julio Romero, que pintó siempre a la misma señora, cualquiera que fuese la que le había encargado su retrato. Transformarse en una gloria municipal es fácil: basta permanecer fiel a una ciudad, que acaba por recompensar tanta pertinacia con una calle, o con una plaza, o con una exposición antológica. Llegué a convencer de esto a Del Moral y me encargué de buscarle un estudio en Madrid. Se lo encontré en una casa al final de Hortaleza. Todo estaba resuelto. Pero él no se atrevió a dar el paso. Se quedó en Córdoba, y se murió allí en todos los sentidos”.

Nota nº 4.- El retrato de Miguel Gómez Nieto, obra de gran dimensión realizada por Miguel Del Moral en 1940, forma parte actualmente del patrimonio del Real Círculo de la Amistad de Córdoba, por donación de la familia que poseía dicha obra.

Nota nº 5.- La calleja de la Hoguera va desde la calle Céspedes hasta la calle Deanes. En el siglo XIX era conocida como calle Quero y se componía de dos tramos sin unión, uno desde calle Céspedes hasta el patinillo que queda al fondo después del arco artesonado, y el otro desde la plazuela que se llamaba de la Hoguera, hasta la calle Deanes. En 1955, siendo alcalde Antonio Cruz Conde, se unieron ambos tramos quedando una sola calle en forma de un “cuatro” irregular, con un arco artesonado que desemboca en un patinillo y de este, a través de otro arco, se sale hasta la plazuela que desemboca en la calle Deanes, llamándose toda ella calle de la Hoguera que, recién inaugurada y por poco tiempo, fue popularmente conocida como “el callejón de los rincones de oro” en alusión al color de los fluidos humanos con los que, algunos desaprensivos, solían “perfumar” sus rincones. En 1962, Miguel Del Moral, compró la casa de la esquina que va desde el patinillo hasta la plazuela que lleva su nombre, como nos indica un rótulo desproporcionado y de muy mal gusto. Dicha casa, que fue su estudio hasta 1998, año de su fallecimiento, está al cuidado de sus sobrinos que tratan de mantenerla tal como él la dejó, pero que no recibe un tratamiento que garantice su correcta conservación y, sobre todo, parece que ninguna institución ha pensado en darle un mejor destino del que actualmente tiene, que es el olvido.

Nota nº 6.- “550 CORDOBESES ILUSTRES”, es un interesante libro que sus propios autores, Serafín Linares Roldán y los hermanos Francisco y Daniel Arenas Rodríguez, subtitulan como “Grandes figuras y protagonistas de la Historia de Córdoba”, fue editado con el apoyo de varias instituciones cordobesas.

BIBLIOGRAFÍA

Ahora hablaré de mí

Antonio Gala

Círculo de Lectores – Barcelona - 2000

550 Cordobeses Ilustres

Serafín Linares; Francisco M. Arenas y Daniel Arenas

Editorial Córdoba Libros - 2010

La poética de Miguel Del Moral

Ana Melendo

Universidad de Córdoba 31 de mayo de 2013

Manolete, Leyenda viva en Villa del Rio (1947 – 2022)

Francisco Laguna Menor

Diputación provincial de Córdoba y Ayuntamiento de Villa del Río – Unigrafic del Sur - 2022

Cabanillas del Campo, 25 de enero de 2023

Cayetano Melguizo Gómez


Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

Escalera del Éxito 254

martes, 15 de octubre de 2024

El Callejón Córdoba

La córdoba taurina y diversa







La Córdoba de mi tiempo (I)


En este periodo de confinamiento he tenido tiempo pa' to': para pensar, para leer, para escribir e incluso para hacer limpieza en mis viejos estantes donde reposan varias docenas de libros, la mayoría de temática taurina y como no, algún que otro más, relacionado con “usos y costumbres” de nuestra tierra. Pero mi sorpresa de hoy ha sido darme de bruces con uno de esos ejemplares, que a veces, nos regalan, luego leemos, después guardamos y…si te vi no me acuerdo. Tiene que ocurrir éstas cosas que nos está pasando, para que dediquemos un tiempecito en organizarnos y en repasar todo aquel tesoro literario que con tanto amor y celo hemos ido acumulando en nuestros anaqueles a lo largo de nuestras vidas. Este libro al que antes me refería, fue escrito por un brillante personaje muy querido por la sociedad cordobesa, pontanés de nacimiento y que vivió con nosotros en nuestra Córdoba desde la corta edad de sus 11 años hasta el día 9 de noviembre de 1989, fecha de su fallecimiento. Su nombre completo: Luís Melgar Reina, extraordinario conferenciante, publicista y comentarista de temas diversos, habiendo obtenido varios galardones por entidades españolas y extranjeras, destacando el Premio Nacional “Ricardo Molina" instituido por el Ayuntamiento de Córdoba y ser además, el fundador, entre otras, de la Peña Flamenca de Córdoba y la de ¡Ole! y ¡Olé! en los altos de la cervecería “El Coto” que regentaban, por aquellos años, los hermanos Ramón y Pepe Arránz. Este magnífico escritor, en su juventud, tuvo inquietudes artísticas llegando a formar parte del Teatro Español Universitario y del Cuadro Artístico de la Emisora E.A.J. 24 Radio Córdoba. En el año 1956 y durante varias ediciones, fue miembro del jurado del Certamen Nacional de Flamenco de nuestra ciudad. Fundador del “Aula Flamenca" en la Voz de Andalucía y de la página flamenca del diario CORDOBA, llamada “Café Cantante”. Creando junto a su inseparable amigo Ángel Marín Rújula la página semanal flamenca “Arte, Genio y Duende” que durante muchos años, vino publicándose en el diario Córdoba.
Luís Melgar Reina escribió y colaboró en los siguientes libros y publicaciones: “Córdoba”, “La Saeta”, “El Cante Cordobés”, “Saetas, Pregones y Romances Litúrgicos”, al alimón con Ángel Marín Rújula. Y finalmente el libro de bolsillo “Cosas de Córdoba, Anécdotas, Vivencias, Nostalgias, que define la vida provinciana de los cordobeses, rindiendo homenaje a sus “cosas", sus costumbres y tradiciones, especialmente de aquellos hombres populares que vivieron en las décadas comprendidas entre los años cuarenta a los setenta del pasado siglo XX.
Córdoba ha sido siempre rica en hombres populares, hombres sencillos, de aptitudes singulares, de desbordante personalidad en su modestia; hombres que brillaron con luz propia dentro del marco, a veces demasiado estrecho, de la sociedad en que les tocó vivir; hombres que dejaron un anécdotario tan copioso que, se podrían llenar varios libros con sus lances y hechos a cual más peregrinos. Todos los singulares personajes que se citan en el mencionado libro gozaron de una gran y justa notoriedad.
Infinidad podíamos evocar, como aquel pobrecito llamado “Blas” que imitaba el ruido del tren y tuvo la desgracia de morir atropellado por un automóvil; o “Patasfinas”, gracioso hasta con su propia muerte.
Tan fue así que un día, bajando por la calle de la Feria se encaminó al Guadalquivir. Cuando llegó a los barandales de la Ribera se subió a ellos con ánimo de poner fin a su vida. La gente, ante tan trágica e insólita situación, se aglomeró en torno a él, que enarbolaba un cuchillo de grandes dimensiones para impedir que nadie le sujetara. Sin dar ninguna explicación que justificara su suicidio y con toda tranquilidad del mundo, se dirigió a los presentes preguntándoles: “¿Queréis argo pa' Sevilla?”… Acto seguido se arrojó al río ahogándose, sin que a nadie de los presentes les diera tiempo a socorrerlo. En Córdoba existen tres frases muy populares que aún se usan en la actualidad: frases que no tienen ningún sentido a no ser que se conozcan las raíces u orígenes de las mismas. Hace años en Córdoba, había un magnífico artesano, estuchista, oficio de raigambre local que creemos ya habrá desaparecido y que dio origen a una de dichas frases. 


Este artesano “Zabala" de apellido, tenía una poblada barba y no menos frondosa cabellera que le daba un aire de profeta bíblico; tanta abundancia de cabellos tenía que dio motivo a este dicho popular: “!Tienes más pelos que Zabala!”. Otro que dio lugar a la creación de otra frase común fue “Mediaoreja" a quién también se conocía por “Peñitas" ya que vendía piñas y también hierbas aromáticas que se suelen criar en buena parte de nuestra Sierra cordobesa: romero, tomillo, poleo, orégano, hierba Luisa, etc, y como tenía más concha que un galápago, el pueblo, siempre sabio, creo la frase: “!Tienes más orégano que Mediaoreja!”. Buena prueba del orégano o intención no clara que tenía lo demostraba con este pregón que decía, cuando pasaba por su lado alguna sirvienta guapa, con la compra hecha de la plaza de la Corredera: “!Niñas esoyarse er conejo, que yo me llevo el pellejo!” “!Se com…pran!”. Otro de sus pregones era: ¡Niños, niñas / tirarse al suelo / romperse el babero / pedirle a la madre / que os dé dinero / pa' piñas comprarle / a este piñero. El pregón lo remataba con una frase que se hizo muy popular: “!Ni…ña! ¡A las buenas piñas! ¡Con su rabito y to’!


El tercer personaje que motivó la formación de otra frase popular fue “El Puntas" carpintero de profesión, vecino del Alcázar Viejo y que se pasaba la mayor parte del día “pegándole al cristal" en “Casa Adriano" de la calle La Pierna y cogía unas “curdas" tan gordas que fue la causa de esta frase: “!Eres más borracho que “El Puntas!”. 


Un caso curioso fue el cordobés que murió de pena al no tener, durante unos días, tabernas donde ir a tomarse unos medios. Y es que todas las tabernas cerraron cinco días seguidos, en tiempos de la dictadura de Primo Rivera. Este hombre se llamó José Gálvez Martínez más conocido por “El Grillo" buen aficionado al cante llegando a intervenir en espectáculos de verano en los kioscos de bebidas. Era de oficio encalador, estaba casado con Encarnación, castañera, que tuvo muchos años el puesto en la plaza de Almagra y que los días que había festejos taurinos plantaba el puesto de agua fresca frente a las puertas de la antigua y desaparecida plaza de toros “Los Tejares". El matrimonio vivía en la conocida Casa de las cancelas, en la plaza de la Paja n° 2. 


Y al hablar de “curdelas" de categoría no podemos olvidar a: Julio “El Pescué", betunero que vivía en la calle Horno 24. Paco “El Tigri" su compañero de oficio.”El Cisqui" charolista, que vivía en el barrio del Alcázar Viejo. “El Petotes" y “La Petota" pareja que iba por las tabernas pidiendo las escurriuras. “Petotes" fue vecino mío de barrio. Vivía en Siete Revueltas en la casa de “El Sótano”, y conozco algunos abusos del que fue triste protagonista ésta infeliz, noble e inculta persona. El pobre Petotes solía hacer su vida diaria en la llamada Plaza Grande de la Corredera. Hacía mandados, se cargaba bultos, limpiaba algunos puestos, recogía los desperdicios…y, por razones de su edad, tenía el pobre hombre “el muelle flojo" y constantemente se hacía pis encima. Olía mal, un poquito? a “zorruno”. Pero había gente que no tenía ningún reparo en dañar aún más su imagen e incluso su delicada salud. Por un vaso de vino le hicieron tragarse un ratón vivo previamente remojado en la bebida. Eso eran abusos y falta de corazón de aquellos que ayudaban a ese pobre infeliz hacer “cosas" semejantes.
A otro que le llamaban “Dos duros" y trabajaba de enterrador, en sus efluvios etílicos, aseguraba ser Labrador de Tierra Santa. Coronamos estos breves recuerdos sobre los “tajarinas” más populares de Córdoba, plasmando en nuestras páginas el grato recuerdo de una persona harta cariñosa, de nombre: Manuel Ceular y de apodo “El Directo" gran admirador del más grande torero de aquella época . Sabido es que el matador de toros Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, arrasó con su arte y se llevó a su favor multitud de aficionados que le seguíeron como el ídolo que era y, como no podía ser de otra manera, Manuel Ceular “El Directo" fue uno más de los que no se perdían por nada del mundo una corrida del “Monstruo”, aunque no dispusiera de medios económicos. Su amistad con el diestro le soslayaba tan grave inconveniente, ya que el generoso torero le regalaba la entrada. 


Si “Manolete" toreaba en plazas alejadas de Córdoba “El Directo" se las valía como podía para desplazarse a la población que fuese. Su admiración hacia el torero rayaba en lo paranoico y ello le invitaba a realizar actos increíbles, así se asegura que una vez que el diestro de Córdoba toreaba en Barcelona se presentó allí dispuesto a presenciar la corrida. “¿Pero tú como has venido hasta aquí?” Le preguntó José Flores Camará en la puerta del hotel donde se vestía “Manolete". “!En los topes de un mercancias don José!” le contestó Manuel Ceular. Y era verdad, apoyándose como pudo y sujetándose con la fuerza suya, aguantando el calor, soportando el viento y sorteando los peligros constantes, “El Directo" recorrió nada más y nada menos que cerca de ¡novecientos kilómetros!
Manolo “El Directo” tenía un defectillo que le gustaba siempre tomarse una copita de más. O sea, que su afición por el “veinticuatro” corría pareja con la que sentía por “Manolete” y los toros. Eso sí, que aunque estuviese “mamao" jamás se metía con nadie. No le importaba el sitio donde realizar su “faena”, lo mismo le daba una calle, una plazuela o en medio de la vía pública. Él se quitaba su chaquetilla y se ponía a torear en mitad de la carretera a los coches que por allí pasaban y en alguna ocasión estuvo a punto de ser atropellado por más de un vehículo a los que sorteaba dándoles pases de muleta. Él iba a lo suyo: más serio que un ajo y más derechito que una vela, realizaba la parodia de una corrida de toros, desde el paseíllo hasta el arrastre. A veces la chavalería le jaleaba la faena y le tocaba hasta las palmas y él correspondía saludando con una imaginaria montera en mano. Fue nuestro hombre una persona tranquila que no pretendió nunca molestar a nadie con sus “cosas”. Si no gustaba lo que hacía y alguien le recriminaba su actitud lo dejaba y se marchaba, sin decir ni pío, a otro sitio donde se lo permitieran. Tanto era así que un día que se encontraba dando unos pases en la plaza de San Agustín, llegó un gracioso que animado por unos cuantos amiguetes suyos, sacó de la taberna de La Paz, una cubeta con agua y se la arrojó a la cara empapándolo de arriba a bajo. Manuel paró su faena, y con mucha parsimonia, sin cambiarle la cara siquiera, miró su ropa mojada y echándose la chambra, que le había servido de muleta, al hombro izquierdo dijo mientras se alejaba, marcando el paso como si hiciese el paseíllo… “!Señores! Se suspende la corrida por lluvia”.
Yo fui amigo personal de sus dos hijos, Manuel (que trabajaba de escayolista con Zurita en la calle Reyes Católicos durante el día, y por la noche, excelente bailaor. Manolo pertenecía desde muy jovencito al grupo de baile de la Sección Femenina de Educación y Descanso de Córdoba. Su hermano Rafael brillante bailarín de danza española formaba pareja de baile también con la estupenda bailarina cordobesa Angelita de las Heras. Con los años dejó el baile y se dedicó por completo a atender su pequeño negocio de hostelería de la avenida de Los Almogávares. De todo esto, creo yo, que lo más destacable del célebre Manuel Ceular “El Directo" fue, que todo su arte se lo transmitió a sus dos hijos varones que fueron dos “peasos” de artistas.
Cambiamos de tercio para recordar con añoranza, aquellos otros personajes que se hicieron muy populares en Córdoba, a mediados del pasado siglo XX, y que se buscaron la vida con la venta ambulante. Quién de aquellos que hoy tienen cincuenta o sesenta años no recuerda aquél buen hombre, más que maduro rayando en la vejez, que tocado con el clásico sombrero cordobés pateaba la ciudad desde el barrio más humilde hasta la zona más céntrica, ofreciendo riquísimos pestiños que portaba en una bandeja redonda de cartón pregonando: “!Pero que ricos están! ¿No queréis más?”. Ni al también castizo vendedor de hojaldres, que con las primeras sombras de la noche salía con su hornillo portable de latón voceando su dulce mercancía: “!Hojaldres calien…tes!”. Ni tampoco al “Tío del Mantillo”, que iba con un saco al hombro, gritando en forma de pregón: “!Mantillo pa' las mace…tas!”, era digno de figurar también en la galería de los grandes bebedores ya que, a medida que vendía su mercancía, iba trasegando medios del dieciséis.
Antonia “La de los caracoles”, iba en verano a las cuatro de la tarde, con dos ollas llenas de moluscos gasterópodos, pregonándolos por las calles de Córdoba: “!Caracoles “guisa…os”! Y los chavales le contestaban: “¡Muertos y espachurra…os!”… Ella volvía la cara y les respondía “!Tu puñetera madre si que está espachurrá!”.
Conocidísimo igualmente fue “Pablito el de los Piñones", siempre vestido con su camisa a cuadros blancos y negros, pantalón de pana y cubierto con una boina negra con la que jugaba continuamente sin dejarla quieta ni un solo instante. Un día apareció en la plaza de Las Tendillas, esquina de la calle de La Plata, vendiendo piñones tostados a los que unía para más comodidad para abrirlos un clavito convertido en lanceta. Su popularidad fue enorme; hasta el periódico “Córdoba" le llegó a entrevistar. Cuando Pablito desapareció se rumorearon las cosas más peregrinas, desde que los piñones no eran sino una simple tapadera para encubrir actividades delictivas, hasta que dejó el negocio porque ya había logrado una considerable fortuna vendiendo sus piñoncitos. 


Entre los vendedores ambulantes que existían, había uno muy popular, conocido como “El Tuerto los calcetines". Éste ofrecía su mercancía en una especie de batea cuadrada colgada al cuello, sujeta por medio de una banda o cinta ancha. En ella llevaba: corbatas, gafas, baratijas y como no, lo que le dio el nombre: “calcetines”. Solía establecerse en la zona entre Las Tendillas y la calle Gondomar. 


Un día el maestro Rafael Guerra Bejarano tuvo la necesidad de enviar un galgo verdino como presente y regalo a un amigo que vivía en el pueblo cordobés de Cabra. Pero le preocupaba que al tener el perro hechuras de campeón, tal vez, sería una temeridad enviarlo facturado por ferrocarril ya que había que hacer un transbordo en la estación-apeadero de Campo-Real y se corría el riesgo de que el chucho se perdiera. Pensaba en ello “El Califa”, cuando desde el patriarcal sillón que a diario ocupaba en el Club del que era titular, vio pasar, pregonando su mercancía, “Al Tuerto los calcetines". Rápidamente decidió que lo mejor y más seguro era encomendarle al vendedor ambulante la misión de entregar al perro.
Encantado “El Tuerto los calcetines" cumplió con prontitud y esmero el encargo. Cuando volvió a Córdoba visitó al viejo torero en su casa de la calle Góngora. “Ya está “entregao” el perro, don Rafael. El viaje de ida y “güerta” han “sío” siete “pejetas” y diez céntimos, como osté me dio dos duros aquí tiene lo sobrante”. ¡Muy bien! Muchacho. Dijo el maestro mientras se guardaba el dinero en el bolsillo de su chaleco…quedóse el hombre esperando que el dadivoso torero le diera una buena propinilla por el encargo, no fue así, sino que se dio media vuelta y con ese aire marchoso con el que siempre andaba se fue a su Club, no sin antes despedir al mandadero con una palmadita en la espalda, que muy contrariado se marchó. Desde entonces cuando diariamente pasaba, por donde se encontraba “Guerrita" sentado a la puerta de su Club, lo miraba de reojo y vociferaba con más fuerza de lo habitual. “!!Corba…tas!!...Pañue…los!!... “!!Y por mi madre que ya no llevo más galgos a Cabra!!”.
Otro popularísimo personaje fue Antonio Carrasco Martín al que toda Córdoba conocía por “Marchena el de la Arena", que la vendía mediante un pregón con jipios flamencos. “!Arena, niña larena! ¿Quién quiere larena? ¡Que la llevo fina y buena! ¿Quién la quiere ? ¡Que la vende Marchena! ¡Niña larena! ¡Ven, cómpramela! ¡No tiene chinos y limpia más! ¡Ni…ña larena! ¡Qué limpia y que buena! ¡Tengo larena! Y de esta forma iba repitiendo su pregón por todas las calles de la ciudad.
Si Córdoba siempre fue tierra de toreros y de pintores, también albergó en su seno a gentes menos brillantes que ocuparon un lugar en la historia de la ciudad aunque como los siguientes, su popularidad fuese adquirida por su “mala cabeza”. A estos les decían “Los Guillaos”… pero tenían nombre y apellidos: Manuel Pérez Garrido, zapatero remendón de la Puerta de Almodóvar y al que se conocía como Manolillo “El Loco". Su locura se manifestaba al entablar diariamente conversación en voz alta con Dios, al que imploraba misericordia y perdón por lo pecados propios y de sus vecinos. Su éxtasis se calmaba cuando se trincaba unos cuantos medios de vino de Montilla. Había otro majara al que le llamaban: “El Señor Barranco”. Ésta persona estaba convencida de tener la Mengemor entera dentro de su cuerpo y ser capaz de transmitir electricidad estática, con el solo contacto de sus manos. Los chavales le seguían “la corriente" y con gran regocijo hacían como si se quedaran pegados en los hierros de una reja, después de sufrir las tremendas descargas eléctrica que mandaban las manos y brazos del Señor Barranco, quien sonreía satisfecho cuando tal cosa ocurría.
Teníamos también a “Cagalejos” que recogía cuantos papeles se encontraba tirados en la calle y los iba guardando debajo de su enorme gorra. Su madre tenía un puestecito de flores en la plaza de Aladreros y el hijo traía, a su pobre madre, a mal traer. Se cuenta que este hombre sufrió un fuerte ataque epiléptico que le produjo una muerte aparente, al extremo de ser depositado en el cementerio; por la madrugada se despertó y viéndose en aquella situación salió corriendo a su casa donde le estaba velando su madre quien al verle entrar por la puerta le dijo: “!Hijo mío! Eres tan malo que ni en el cementerio te quieren!”.
Artistas callejeros hubo muchos pero vamos a citar solo a dos ellos que fueron los más populares: la señorita Emma Álvarez tonadillera era la vedette de la canción. Actuaba en velaillas como la Fuensanta. No lo hacía tan mal del todo sin embargo el respetable nunca llegó a tomarla en serio, ya que cantara como cantara, lo hiciera bien o mal, el público la premiaba con una lluvia de hortalizas: tomates, pimientos, berenjenas, coles, cardos…que ella gustosamente recogía del suelo del escenario como si fuesen fragantes claveles. Su pasión por el arte fue tan grande que llegó a perder totalmente el sentido del ridículo. Estaba casada con otro personaje singular el Cabo Parrilla.
Artista popular que merece nuestro recuerdo fue “Alicates” cupletero, entrado en años, que visitaba los Patios de vecinos y aquellos otros lugares en que se podía formar bulla y jarana, cantando con voz peculiarísima y sin más acompañamiento musical que el de unas enormes castañuelas cascadas, los cuplés de moda sin que faltara nunca “La hija de don Juan Alba” que había popularizado Concha Piquer y del que “Alicates” hacía una auténtica creación. El mote le venía de tener las piernas tan zambas que apenas podía andar sin muletas.
Curiosísimos eran los apodos con que se conocían a los cocheros de punto cuando, allá por la primera y segunda década del pasado siglo XX, tenían sus paradas oficiales en: el Gran Capitán, delante de la fachada del Gran Teatro; en la Plaza de la Compañía y en la calle Capitulares, que en aquellos tiempos se llamaba Joaquín Costa. Los carruajes que más predominaban eran los llamados Milord y Manolas; la tarifa que regía en el año 1918 era “Tres pesetas hora, por cuatro plazas".
He aquí los nombres con lo que eran conocidos algunos cocheros célebres: “Maltequieres", tan aficionado a los caballos era que llego a vender un rentable puesto de huevos que tenía para comprarse un coche. “Gelera", padre del que fue mozo de espadas Paco Fernández. “Malpiensa", le llamaban así por la postura tan relajada que cogía cuando esperaba en la parada. “Malagana”, porque siempre ponía inconvenientes para cumplir el servicio. “Quemecago" por la postura en que iba sentado en el pescante. “El empalmao”, por ser muy alto de estatura. “Comedurse", porque la mayor parte de lo que ganaba se lo gastaba en la confitería La Perla o en Casa Mirita. “La Browi", por un defecto de sus dedos que parecía que empuñaba una pistola. “La Mecedora", por su evidente cojera, se balanceaba al andar. Célebres también fueron: “El Sacri", “El Cantaor", “El Bolote", “El Comparito", “El Cebollo" y “El Calderas" entre otros. 


“La decencia” es una norma moral que en aquellos años no solían cumplir aquellas jóvenes muchachas que se buscaba la vida entregando su cuerpo a un hombre a cambio de dinero. Una de estas señoritas era “La Pichichi”, sevillana de nacimiento, que tenía su negocio, el más caro y famoso de Córdoba, en la calle Hermanos González Murga, en un edificio ya desaparecido. Se dice que no era guapa, aunque sí muy resultona, simpática y con trapío como decimos los taurinos. “La Casa de la Pichichi" era una institución. De su dueña se cuenta una anécdota que demuestra su popularidad y los conocimientos que llegó a tener entre la clase pudiente. Cierto día se personó en una entidad bancaria a realizar una operación y como pensara que no había sido bien tratada, se dirigió con paso firme y decidido al despacho del director de dicha entidad para exponer sus quejas. Sin permiso de nadie, ni solicitar autorización con una familiaridad del que hace una cosa rutinaria, abrió la pesada puerta y se introdujo con toda normalidad y confianza en aquel lujoso despacho mientras repetía en tono elevado el nombre del director: “!Oye Leopoldo! ¡Leopoldo!...El director que, en esos momentos, celebraba una reunión con conocidos propietarios y labradores no pudo sino balbucir cortadamente: “!Señora, por favor! ¿Quién es usted?... “La Pichichi" que esperaba encontrarlo solo empezó a dudar. La situación se hizo tensa, lo componentes de aquella reunión se miraban unos a otros, temiendo alguno de ellos que le saludase con la misma familiaridad, porque casi todos tenían motivos para ello, hasta que uno de los presentes, célebre matador de toros ya retirado, viejo y con fama de no tener pelos en la lengua, rompió la tirante situación diciendo con toda normalidad: “¿Qué te pasa Concha? ¿Qué quieres? ¡Y usted don Leopoldo no sea más hipócrita y no pregunte quién es, porque a Concha la conoce to'a Córdoba”.
“La Paquita" no era como podría suponerse una delicada y joven mujer, sino uno de los parguelas más conocidos de la Córdoba de sus tiempos. Presumía de ser un excelente bailarín de salón y como tal actuó, en distintas ocasiones, en los espectáculos que se presentaban en los cabaret locales. En esos cabaret se ganaba la vida haciendo de todo un poco, desde jefe de pista hasta de presentador de artistas. En Córdoba logro tener una gran popularidad que la incrementó cuando regentó la venta de “La Choza del Cojo". Algunos años antes de morir, se retiró a un convento de frailes en la provincia de Jaén, donde acabó sus días.
Se cuenta, sin que podamos confirmarlo ni negarlo la anécdota, que siendo Rafael Sánchez “El Pipo" apoderado de Manuel Benítez “El Cordobés" y con motivo de que el torero de Palma del Río, toreaba una novillada en Andújar, convenció a “La Paquita", para que junto con otro compañero amigo suyo también fraile, actuaran de capitalistas y sacaran, ese día, al torero de la plaza a hombros, pero un conocido comisario de policía, que presenciaba el festejo en el callejón de la plaza se percató de lo que iba a suceder, y, evitó que se realizara lo que pudo ser el hecho más insólito de toda la historia del toreo: un torero a hombros de dos frailes vestidos con hábitos.
Populares de a pie, en aquellos tiempos, había muchísimos. Muy celebres eran: “El Birorto", que les tiraba el bastón a los chavales cuando le decían su mote. “Manoliyo el Señorito”, un artista del silbido del que era una auténtica figura. “El Tuerto Mures”, uno de los grandes organizadores de “murgas", cuando éstas salían sobre carros. “Borrego" conocido también a nivel de los antiguos carnavales en los que solía tomar parte formando pareja con uno de los hombres con más gracia que haya nacido en Córdoba: “Miguelito del Río”, de locuacidad tajante y exultante sobre todo cuando realizaba una parodia sobre un discurso político que titulaba “La Reforma Agraria" en el que hacía gala de un ingenio y una gracia poco común. “Patatas con caldo", vendedor callejero de periódicos, oficio ya totalmente perdido. Qué le llamaran por su apodo se le hacia insoportable, y, quizás por esa razón se lo decían casi todo el mundo. Claro que cuando oía que le llamaban por su mote, él contestaba con frases mal sonantes. Así cuando iba pregonando: “Llevo el Abice, el Pueblo, el Córdoba… y si alguien le voceaba el mote, él seguía con la misma cantinela “el Abice, el Pueblo…me cago en to's tus muertos… er Madrid, el Marca… me cago en tu puta madre… y otras frases también poco académicas.
Otro muy célebre fue el barbero de la calle Enmedio “Pichirriqui”, y mucho más célebre se hizo cuando se atrevió a salir en una nocturna de “mataó”. Era tanta su afición por los toros que a los clientes los recibía dándole pases con el paño de afeitar, lo que le motivó algún que otro disgusto. En otra época se hicieron famosos también la pareja formada por el albañil “Larios" al que también le conocían por “El Bizco" y Antonio “El Vinagre". Ambos repartían prospectos de mano vestidos de toreros con trajes que les arrendada “Paco Guerrita".
Luego en Córdoba, hubo ciertos personajes muy populares… popularísimos diría yo, como fue el caso de Fernando Heredia. El pueblo llano le conocía por “Carapato", ya que el excelente dibujante Pepe Alcaide se inspiró en su figura física, para la historieta diaria que se publicaba en el periódico CÓRDOBA con el siguiente título: “Como pasa el rato Pepe Carapato". Fernando “El Gitano" cuando yo le conocí era ya viejo, aunque conservando parte de la arrogancia y gallardía que sin duda tuvo en su juventud. Era de los, por desgracia, pocos cordobeses que mantenían el buen gusto de usar y saber lucir la capa española. En las juergas en que intervenía hacía de todo un poco: cantaba, baila y recitaba, y, aunque en ninguna de las tres facetas era un maestro y ni siquiera las llegara a realizar correctamente, como las hacía con tanta gracia y sabia pegar esos pellizcos que solo los de su raza son capaces de dar, gustaba a todos; gitanos, payos y extranjeros. En su vejez, cuando ya no podía mover los pinreles por mor de la artrosis y sus muchos años, sustituía los pasos de baile por unos golpes acompasados con su bastón, del que no podía prescindir para andar. Era amigo de Lola Flores y de Manolo Caracol, que cada vez que venían a Córdoba triunfaban y él no se separaba de ellos ni un instante; les cantaba, les bailaba y hasta les servía de mandadero. Ellos le correspondía dándole sustanciosas propinillas que le ayudaban a vivir aún después de abandonar la ciudad. En sus últimos años se ganaba su cocido a trancas y barrancas en los mesones de la judería, principalmente en “Los Califas" al que acudía las noches que se lo permitían sus muchas dolencias. Llegaba, se sentaba y, con tranquilidad, esperaba a sus posibles clientes. Si observaba que alguna mesa estaba ocupada por quienes podían “meterse en fiesta", los incitaba empezando a canturrear por lo bajini hasta que los interesados miraban; entonces se dirigía a ellos y con una gracia enorme les decía: “Esto no es má que el trailer, la película es muchísimo mejor".
En sus últimos tiempos de artista vivía el pobre a salto de mata, arropado por sus compañeros que le invitaban a entrar en las fiestas, aquellas en que podían meterle. Estaba ya muy enfermo y, observaron que cuando tomaba parte de alguna juerga en que los señoritos fueran generosos a la hora de pedir empapantes, Fernando se tiraba cuatro o cinco días sin aparecer por “Los Califas". Si se celebraba una fiesta de las grandes en uno de los más espaciosos reservados del mesón en la que, con otros artistas, él tomaba parte, siempre esperaba el momento, para sigilosamente y guardando todas las precauciones posibles se acercaba hacía sí alguno de aquellos platos y como por arte de magia desaparecía la totalidad del mismo bien fuera; jamón, queso, tortilla, llegando a llevarse hasta la carne con tomate o las patatas con mayonesa. Un camarero se percató del asunto y lo vio echarse el contenido de uno de aquellos platos en uno de sus bolsillos de la chaqueta y extrañado le preguntó: “¿Pero, por Dios don Fernando, como es posible que no se manche usted ni siquiera la chaqueta, con el plato de albóndigas en salsa que se acaba de meter en el bolsillo de adentro?”… ¡El ingenio niño! Respondió el gitano. “¿No ves tú, que los forros son de hule?” “!Cuando llego a mi casa “güerco" la chaqueta y no veas…tengo comida pa' tres días!”…. Un genio era Pepe “Carapato".
Otro gitano, pa' matarse de risa con él, era el bailaor Gonzalo de los Reyes de jacarandosa figura y belleza varonil. “Gonzalito” había probado fortuna de bailaor profesional en el mundo del espectáculo flamenco. Lo conocimos ya retirado, medio ciego, con paso vacilante y doloroso como paradoja a su profesión de juventud. Terminó vendiendo lotería por lo mesones de la Judería. Cuando se acercaba a alguna reunión ofreciendo sus billetes y no le prestaban atención, se alejaba murmurando entre dientes: “¡Hay lotería!...!Hay lotería… que va a llegar a Almería de la patá que le voy a pegá a la lotería!”. En su juventud había sido lo que se dice un hombre guapo, arrogante y de facciones finas aunque con un casi imperceptible defecto: tener uno de sus ojos negro y el otro marrón. Él lo tomaba a chacota y parodiando a los faros de un coche a quién se fijaba en sus ojos le cerraba primero el ojo derecho y después el izquierdo y les decía con esa gracia tan suya: “¿Qué prefieres? ¡Luz de población o luz de carretera!”.
Una de las facetas desconocidas de este personaje fue su facilidad para recitar versos. A decir de los que les escucharon declamaba pero que muy bien romances de claro sabor flamenco y andaluz. El gitano Gonzalo tenía una gracia natural tremenda. Contaba que cuando trabajó con la compañía de varietés de los Circuitos Saavedra tenía de compañero, un forzudo que en el espectáculo se anunciaba “El Martillo Cubano" y su número era el levantamiento de pesas. Al finalizar sus ejercicios invitaba a los espectadores a luchar cinco minutos con él encima del escenario y aquél que venciese, la empresa le obsequiaba con un billete de mil pesetas. Naturalmente nadie aceptaba el reto. Pero ocurrió que la mujer del forzudo, que en la misma compañía trabajaba como bailarina de clásico le abandonó y el pobre hombre totalmente desechó dejó la troupe. Como en los carteles de propaganda seguía apareciendo el número del forzudo el empresario habló con nuestro personaje para suplirlo: “!Gonzalo si aceptas te pago cuarenta duros por día! ¡ tú te vistes igual, haces unas pantomimas con pesas falsas, luego retas al público y como ya sabes nadie acepta, luego haces “mutis” y se acabó…! Efectivamente así ocurrió varias noches. Gonzalo era la envidia de los demás artistas. Hasta que fue a Velez-Málaga durante las fiestas locales.
Allí se encontraban también los componentes de un circo abandonados por el propietario del mismo. Así que casi toda la troupe del circo fue a presenciar la función de varietés en que trabajaba Gonzalito y cuando el presentador anuncio: “La empresa ofrece mil leandras a quien se atreva a luchar cinco minutos con el “!Martillo Cubano!”…Un vigoroso espectador forzudo, pero de los de verdad, componente de aquel circo, se levantó de la silla y entre un francés y un español chapurreado exclamó a voces: “!Je , moi!”….El espanto de Gonzalo de los Reyes fue mayúsculo. En cuanto lo vió levantarse, trato de abandonar el escenario pero el representante de la empresa que se encontraba entre bastidores se lo impidió. “¿A donde vas loco? ¡Aguántalo como sea, que son cinco minutos de ná, hombre!” le dijo. Gonzalo no tuvo más remedio que arquear los brazos y esperarlo…pim, pam, pum.. ¡ayyyy madre mía!…
Luego contaba
… “!Er franchute aquel se subió de un salto al escenario…se vino pa' mí y me “endiñó” dos “galluos" y lo “úrtimo” que oí fue que me dijo: “!Ahoga er definiti” y !zás! me pegó un puñetazo en la nariz que vi un montón de luces de to’s los colores. Y cuando mi “disperté” estaba en la fonda con to' er cuerpo hechito ‘porvo’!”…
Al final de su vida artística hacía una parodia de un picador de toros al que le embargaba el miedo. Se metía entre las piernas una escoba, como si fuese montado a caballo o en un bastón y se bailaba unas bulerías cómicas graciosísimas mientras decía solamente: “¡Caba…llo, con la mosca!”. 

Continuará… 

Antonio Rodríguez Salido.-
Compositor y letrista.-
Escalera del Éxito 176.-

Jose Luis Cuevas


LA CORDOBA DIVERSA
EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA VICTORIA 


Junto a la iglesia de San Nicolás de la Villa, cortando el paso a la actual calle Concepción, se encontraba el convento de Nuestra señora de las Huertas o Nuestra Señora de la Victoria.
La historia de tan singular edificación la encontramos a partir de la Reconquista, pero se dice que la primera entidad que justificó el recinto, fue el monasterio de Santa María de Cuteclara, que existió antes de la invasión musulmana. En esencia, era un monasterio dúplice, con moradores masculinos y femeninos, dirigidos ambos grupos de forma independiente por una abadesa y un abad.
Cuando fue reconquistada Córdoba, funcionó como hospital y Casa de Emparedadas bajo la advocación de Ntra. Sra. de las Huertas. 

En 1510 pasó a ser convento de la Orden de los Mínimos, quienes le cambiaron el título por el de: Ntra. Sra. de la Victoria de las Huertas. Los Mínimos fueron conocidos al principio por Ermitaños de fray Francisco de Paula (1510) y curiosamente el apelativo de Mínimos viene dado exactamente por lo que tal vocablo indica literal y sustancialmente: ellos se consideraban los “pequeños” de entre los componentes de las órdenes religiosas en general. La tradición cuenta, que en 1509 vino a nuestra ciudad el General de la Orden de San Francisco de Paula o Mínimos. Consiguiendo autorización del obispo Juan Daza. La escritura de compromiso se realizó el 18 de febrero de 1510, y en el mes de agosto tomaron posesión los religiosos. Encabezaba la escritura el titular que sigue: Monasterium tituli de Santa María de Victoria de Hortis…
Lo que es la iglesia, se construyó mediado el siglo XVI. Según el texto del Indicador Cordobés, “Don Cristóbal de Angulo y Córdoba, y su mujer doña Juana Ponce de León dejaron al convento, el cortijo de doña Urraca y una buena parte de la huerta de la Dehesilla, próxima a Córdoba la Vieja, donde los religiosos edificaron casa e iglesia, denominada Ntra. Sra. De los Valles. Se conservaba como capilla de esta iglesia, la antigua de Ntra. Sra. de las Huertas, a la que se bajaba por algunos escalones”… 



Convento de Ntra. Sra. de la Victoria (1293-1836) 

La iglesia comprendía una sola nave. La capilla mayor fue costeada por el matrimonio antes citado, - don Cristóbal y doña Juana -, quienes disponían de enterramiento en San Nicolás de la Villa, pero quisieron ser inhumados en la mencionada capilla de la Victoria, ocupando también un lugar, una hermana de doña Juana.
Tan singular e histórico convento, a partir de 1836 estuvo en manos de un particular, y demolido en 1867. El motivo de su derribo era muy concreto, conseguir una entrada amplia, al lugar en el que tenía lugar la feria de la Virgen de la Salud. Con anterioridad - en 1776 - el corregidor Francisco Carvajal Mendoza, mandó allanar las zonas cercanas al convento. Estos arreglos permitieron y propiciaron en el futuro, la verdadera identidad de los Jardines de la Victoria. A partir de esta actuación los siguientes regidores, actuaron de forma que favorecían el devenir de tan singular espacio de esparcimiento, entre los que destaca en 1854 Francisco de Paula Portocarrero con otra realización, en la que incluyó asientos trabajados con la denominada piedra de Córdoba y vistosos respaldos forjados. 






Talla original de la Virgen de la Victoria 

Como muchos de los conventos, casas solariegas o castillos, esta vetusta construcción, contaba con su peculiar leyenda. En este caso, cuando ya se encontraba desocupado y dañado por el abandono, sus vecinos comentaban asombrados un pasaje de la leyenda del convento en cuestión; contaban que los frailes que se encontraban allí enterrados, por la noche desfilaban en comitiva con teas encendidas… No podía faltar en un edificio tan antiguo y con tan variada historia “su leyenda”, una leyenda típica de siglos anteriores.
Actualmente la calle Concepción es una vía muy transitada y acogedora, con bajos comerciales bien acondicionados por su privilegiada ubicación, dentro de la red comercial del centro de nuestra ciudad. 




Montaje y Editor